Página del Club Senderista "El Bastón"

Sanfermines en el Río Cebollón – José María Aragón

SANFERMINES EN EL RÍO CEBOLLÓN

 

Por José Mª Aragón Álvarez

(Lamento no poder acompañar este recuerdo con algún documento gráfico, pero en aquella época yo no había adquirido la costumbre de llevar una cámara colgada de forma casi permanente. Tal vez algún compañer@ pueda completar la historia.)

Los sucesos acaecieron un domingo, día 24 de Mayo del año 2009, en que teníamos programada una salida por el río Cebollón, en la Sierra de la Almijara (creo que el guía era José Miguel Martín). Hemos repetido rutas por ese río varias veces en el Club, pero siempre de forma más tranquila y reposada.

La ruta discurría sin ningún incidente digno de reseñar hasta que bajamos al río Cebollón e iniciamos el camino de vuelta hasta la Resinera, en cuyo entorno habíamos dejado los coches. Los bastoner@s íbamos, como es costumbre, a nuestro aire, en pequeños grupos, hablando de lo humano y de lo divino, cada uno con sus temas.

Junto al río había una manada de vacas pastando tranquilamente que, con nuestra presencia, comenzaron a ponerse nerviosas y se dividieron en dos grupos. Uno de estos grupos salió andando detrás del grupo de los “bastoner@s de cabeza” que, al verlas cerca, se sintieron amenazados e iban un poco más rápido si cabe. Tras este primer grupo de vacas nos fuimos incorporando la mayoría de bastoner@s a paso más tranquilo y relajado.

Detrás de nosotros había quedado el grupo más numeroso de la manada, pero también iniciaron la marcha por la vereda cada vez a un ritmo más rápido. Quiero recordar que caminábamos juntos Carmen Navarrete, Pilar Mellado, Juan Bermejo, Edu, yo y otros compañeros más. Cuando oímos los cencerros y el caminar presuroso de las vacas íbamos por una parte de la vereda en que no podíamos salirnos hacia ningún lado. Se oyó a nuestra espalda un grito desgarrador: “¡Que vienen, que vienen!” y lo que era un “caminar un poco más rápido” se tornó en un “pies para qué os quiero” hasta que llegamos a una parte en que nos encaramamos a una ladera agarrándonos a los matorrales y los troncos de los pinos y pudimos dejar pasar a las vacas.

Cuando volvimos a bajar a la vereda estábamos tan asustados que no nos llegaba la camisa al cuerpo. Seguimos andando comentando la experiencia y exponiendo cada uno cómo la había vivido. Pero no habíamos terminado (igual íbamos todavía por la Cuesta de Santo Domingo pamplonesa y nos quedaba todavía la calle Estafeta y la entrada a la Plaza).

Las vacas se habían juntado todas y habían llegado hasta un punto del río en que no podían seguir adelante y estaban paradas exactamente en el lugar por el que debíamos pasar nosotros, no había otra alternativa porque lo demás eran zarzas y un salto imposible.

Conforme íbamos llegando nos íbamos camuflando entre la vegetación, escondidos tras los troncos de los pinos, dejándoles la vereda libre para que los animales pudieran volver por donde habíamos venido, pero las vacas estaban muy remisas o muy asustadas.

Un grupo de líderes bastoner@s (entre los que yo, por supuesto, no me encontraba) dándoles gritos, citándolas desde la distancia y haciendo alarde de otros recursos toreros consiguieron que algunas vacas se dieran la vuelta e iniciaran el camino de regreso, afortunadamente todas las demás las siguieron y el camino quedó expedito.

Así  nosotros   pudimos  continuar  nuestra ruta  para  finalizarla, probablemente, entre unas cervezas y muchos comentarios sobre el “incidente vacuno”.

Varias horas después, ya en la cama, dispuesto a descansar para comenzar la semana laboral al amanecer, de pronto noté que algo se movía junto a mí de forma continua y acompasada. “¿Te pasa algo, Edu?”. Al encender la luz el ataque de risa se hizo contagioso y nos pasamos un buen rato recordando las imágenes de la “carrera sanferminera” entre lágrimas y risas. Descansamos un poco menos, pero seguro que lo hicimos más intensamente.